jueves, 28 de febrero de 2008

Viajé a Ayacucho



En diciembre del año pasado, tuve la oportunidad a través de mi trabajo, de visitar el histórico y milenario departamento de Ayacucho. Quedé prendida de su gente, sobre todo de los niñitos, sus paisajes naturales, sus lugares históricos y sobre todo de su comida, me encantaron sus ricos panes, la chapla. Por motivos de trabajo sólo pude visitar Huamanga, su capital y quedé impresionada de su artesanía emblemática: los retablos ayacuchanos. Juro que volveré para recorrer La Quinua entre otros sitios que los dejé como pendientes.


Conocí a profesionales que se dedican a las relaciones comunitarias de una empresa que construirá un gasoducto cerca a comunidades campesinas del lugar, originarios del mismo Ayacucho y de Lima. Aquellos amigos tan sencillos y amables trabajan con comunidades muy sensibles que requieren ser escuchadas, comprendidas y ser tratadas con respeto para poder ganarse su confianza. Me contaba una de las relacionistas, que los pobladores de las comunidades campesinas valoran mucho lo que se les dá con gratitud. Ese valor que tienen a las cosas muchas veces no lo veo en mis pares aquí en Lima. Me seguía contando que una mujer de esas comunidades estaba guardando como algo valioso un calendario que ella le había regalado, actitud que muestra una sensibilidad ante las cosas que reciben. Ello me despertó admiración y me hizo repensar sobre lo que pienso del valor de las cosas. Mientras nosotros en Lima, vivimos un micromundo donde tenemos acceso a casi todo y que a pesar de eso no valoramos lo poco o mucho que tenemos, en esas comunidades se valora lo más mínimo que se pueda tener. Mi amiga, la relacionista, me comentaba además la importancia de no mentir o engañar y que cada comunicación se realice en el mismo idioma de las comunidades.

Me encantó la experiencia de poder conocer a personas con una sensibilidad humana en el trato hacia los demás, tanto de parte de las comunidades como de los relacionistas comunitarios, las que se manifiestan a través del respeto, la confianza, la sinceridad y sobre todo, la bondad, virtudes que nosotros los limeñitos estamos a punto de perder.